Duele, como herida de muerte. Como quien muere con el palpitar aprisionado; como quien siente que le carcomen los huesos. Duele cuando se quiere, duele cuando se espera y duele cuando no. Pero este optimismo mío -que un día alguien, con justa razón, describió como endemoniado- hace tan soportable este dolor, hace tan leve la herida profunda, hace tan tierno el beso de la cercana muerte siendo el más malévolo y venenoso. Porque soy tan fuertemente frágil y lo que más miedo me causa se aproxima sigiloso; no hay nada que me aterre más que el fallar: fallarme a mí misma y que me falle lo que más quiero, porque ante todo sé mi reaccionar pero ante eso, mi corazón se paraliza.
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