lunes, 19 de agosto de 2019

Tal vez sea la soledad; o tal vez el tiempo quieto; o tal vez el tiempo que avanza casi imperceptible pero te hace añejo. Cuando después de tanto mirar afuera, cómo te ven, lo que de ti piensan, lo que esperan, lo que proyectas, un día te detienes y dedicas un segundo diminuto e insignificante a la introspección. Y ya no es el mundo sino tú, ni la pantalla sino el alma, ni el teatro sino la verdad. Ahora aprehendes que has vaciado tu esencia por llenarla de vanidad. Porque otros valoran los aplausos y creíste que era bueno desear la admiración de los demás, pero tu espíritu jamás añoró el reconocimiento ajeno, o la proyección de la felicidad mentida, porque cuando es real, tan real y tan palpable tan solo sentirla ya es suficiente. Está bien si amas la soledad que te hace apreciar la sincera compañía, la que vale y perdura y permanece; y está bien amar el silencio y pensar detenidamente e interrumpir su sublime existencia solo cuando es absolutamente necesario; y está bien querer escuchar solo lo que realmente eleva el alma, las voces que en transparencia te hablan y sabes que estás a salvo entre ellas. Está bien, solo estar aquí y pensar y sentir y así ver el espíritu de las cosas como a través de un cristal. Está bien no querer mostrar. Está bien echar a un lado la posición, la imagen, el prestigio, si eso no es lo que calienta el ánima. Y está bien soltar y volver a empezar, y recuperar lo que eres, y valorar lo que sientes que tiene verdadero valor.

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